La fertilización constituye una de las prácticas agronómicas más determinantes en el cultivo del olivar. Su correcta gestión es esencial no solo para alcanzar los objetivos productivos y económicos de la explotación, sino también para asegurar la sostenibilidad ambiental y la viabilidad a largo plazo del cultivo en un contexto de crecientes exigencias normativas y desafíos climáticos.
El objetivo primordial de un correcto plan de fertilización en el olivar es doble: por un lado, restituir al suelo los nutrientes que el árbol extrae anualmente para el desarrollo de la cosecha (aceitunas) y para su propio crecimiento vegetativo (masa radículas y foliar); por otro lado, aportar los niveles adecuados de aquellos nutrientes que se encuentren en cantidades insuficientes en el suelo, asegurando así una nutrición óptima y equilibrada del olivo a lo largo de todo su ciclo.
Fundamento para la productividad y sostenibilidad.
Una nutrición adecuada se traduce directamente en una mejora de la rentabilidad. Al satisfacer las demandas del árbol en cada fase de su desarrollo, se potencia el vigor, la floración, el cuajado y el correcto desarrollo del fruto (tamaño y rendimiento graso), lo que conduce a obtener la mayor producción posible en función del potencial de la finca.
Dado que los fertilizantes representan un coste significativo en el cómputo de gastos globales de la explotación, la eficiencia en su aplicación es crucial. Utilizar las dosis justas, en el momento adecuado y con el método más eficaz evita gastos innecesarios y maximiza el retorno de la inversión en fertilización.
Más allá de la productividad, una fertilización eficiente es sinónimo de sostenibilidad ambiental. Un programa de abonado bien diseñado, basado en el diagnóstico preciso de las necesidades del cultivo y las características del suelo, minimiza las pérdidas de nutrientes hacia el medioambiente. Esto es especialmente relevante para el nitrógeno, cuyas pérdidas por lixiviación (contaminación de aguas subterráneas y superficiales por nitratos) o por volatilización (emisiones de amoniaco y óxido nitroso a la atmósfera) son una preocupación ambiental creciente y objeto de regulación específica (Directiva de Nitratos, RD 1051/2022 sobre Nutrición Sostenible).
Un exceso de nitrógeno, además, puede tener efectos negativos en la calidad del aceite y la floración, y aumentar la sensibilidad del árbol a plagas y heladas. La fertilización racional contribuye también a mantener y mejorar la salud del suelo a largo plazo, preservando su estructura, materia orgánica y actividad biológica.
El cumplimiento de normativas como la de Producción Integrada o Producción Ecológica, cada vez más demandadas por el mercado, exige un manejo aún más riguroso de la fertilización, limitando el uso de ciertos insumos y priorizando prácticas sostenibles.
En este escenario, el asesoramiento técnico especializado es fundamental. Las empresas fabricantes de fertilizantes, agronutrientes especiales, bioestimulantes y biofertilización, consciente de la importancia de una nutrición precisa y sostenible, suelen poner a disposición de los olivareros su equipo técnico comercial para colaborar en la elaboración de programas de abonado del olivo adaptados a cada finca.
Este apoyo, combinado con un amplio catálogo de productos agronutricionales de alta calidad, algunos de ellos formulados específicamente para olivar y opciones certificadas para agricultura ecológica, permite a los agricultores implementar estrategias de fertilización eficaces y responsables.
En definitiva, la fertilización del olivar trasciende la mera aplicación de nutrientes. Debe concebirse como una inversión estratégica que impacta directamente en la viabilidad económica de la explotación, en su sostenibilidad ambiental y en su capacidad de adaptación a los desafíos futuros. Requiere un enfoque basado en el conocimiento, el diagnóstico preciso (análisis de suelo y foliar), la elección adecuada de productos y métodos de aplicación, y la integración con el resto de prácticas de manejo del cultivo. Solo así se puede asegurar un olivar productivo, rentable y respetuoso con el medio ambiente para las generaciones venideras.
Factores determinantes en un plan del abonado del olivar.
Para un correcto plan de abonado del olivar hay que tener en cuenta diversos factores determinantes, como por ejemplo, las características del suelo (textura, pH, niveles de materia Orgánica (MO), contenido en nutrientes, niveles de caliza activa y carbonatos, salinidad, su Capacidad de Intercambio Catiónico (CIC), etc. Además del sistema de cultivo implantado, de la variedad y del estado árbol.
De todos ellos, es fundamental tanto el análisis de suelo como el foliar. El análisis de suelo nos permite diagnosticar y cuantificar sus características anteriores y se recomienda realizarlo cada 4 a 5 años o antes, si se detectan problemas en el desarrollo del árbol.
En cuanto al análisis foliar, complementa al de suelo, indicándonos el estado nutricional real del árbol, es decir, qué nutrientes ha sido capaz de absorber y acumular en sus hojas. Es la herramienta más fiable para detectar carencias, incluso antes de que aparezcan.
Fertilización del olivo en primavera y en otoño.
A lo largo del año, existen dos momentos clave para la fertilización del olivo: en primavera y en otoño.
Una vez realizado el diagnóstico nutricional, la clave del éxito reside en aplicar los nutrientes necesarios en el momento oportuno y de la forma más eficiente, sincronizando los aportes con las fases de mayor demanda del olivo y adaptando la estrategia a las condiciones ambientales, especialmente en un contexto de cambio climático.
La fertilización del olivo en primavera.
La fertilización del olivo en primavera contempla cubrir, entre otras, las necesidades vinculadas a la brotación, floración y cuajado.
Este este periodo, que abarca desde la salida del reposo invernal (febrero-marzo) hasta el final del cuajado e inicio del endurecimiento del hueso (junio-julio), tener cubiertas sus necesidades nutritivas es importante para definir el potencial productivo del año.
Como avanzamos, sus objetivos se centran en impulsar la brotación y el crecimiento vegetativo, así como cuidar la fase de floración y maximizar el cuajado. Sobre el momento de aplicación de fertilizantes foliares, destacar que son especialmente eficaces durante el periodo de abril a julio, debido a la presencia de hojas jóvenes y condiciones climáticas más favorables.
La fertilización del olivo en otoño.
La fertilización del olivo en otoño se orienta a la postcosecha y cargas de reservas. Sobre este segundo aspecto, tras la cosecha, o durante la fase final de maduración si esta se retrasa, el árbol necesita reponer las reservas de nutrientes extraídas y prepararse para el invierno y el ciclo siguiente.
Entre los objetivos de fertilización en esta época, está reponer las extracciones dado que la cosecha de aceituna extrae cantidades muy significativas de nutrientes, especialmente potasio. Con su reposición, se evita el agotamiento del árbol y la acentuación de la vecería y mantener así, cosechas más estables a lo largo de los años.
Con el abonado del olivo en otoño también se persigue mejorar la maduración y rendimiento graso del fruto. De hecho, si la fertilización se realiza antes de finalizar la maduración, el macronutriente potasio juega un papel clave en la acumulación de aceite.
Con respecto a acumular reservas nutricionales en las partes leñosas del árbol durante el otoño, estas aseguran una mejor resistencia al frío invernal y una brotación más vigorosa en la primavera siguiente.
Y sobre el momento de aplicación, hay que concentrarlo desde el inicio del envero hasta después de la recolección, que coincide entre los meses de septiembre a diciembre.
La fertilización del olivar adaptada al cambio climático y la sequía.
Nadie niega que el cambio climático impone nuevos desafíos a la fertilización del olivar, porque conlleva campaña tras campaña, un aumento de las temperaturas y una mayor frecuencia e intensidad de sequías.
En el caso del estrés hídrico, este impacta en la nutrición del olivo de forma notable, dificultando la absorción de nutrientes por las raíces, incluso si estos están presentes y disponibles para el olivo. Este estado de sequía puede agravar o inducir deficiencias nutricionales, especialmente como las del macroelemento potasio y el oligoelemento boro.
La fertilización foliar como estrategia de adaptación.
En este contexto de cambio climático, entre las estrategias de adaptación está en potenciar la fertilización foliar, ya que permite aportar nutrientes directamente a la hoja de forma rápida y eficaz para corregir carencias puntuales o aportar nutrientes clave en momentos críticos.
Vinculado a la fertilización otoñal ya referida, ante primaveras cada vez más secas e inciertas, asegurar un buen nivel de reservas nutricionales en este periodo se vuelve estratégico para afrontar el ciclo siguiente.
Bioestimulantes para plantas con efecto osmoprotector.
El uso de bioestimulantes agrícolas han demostrado su eficacia para ayudar al árbol a superar condiciones climáticas adversas. En este sentido, productos formulados con extracto de algas como la de Ascophyllum nodosum, o formulados ricos en aminoácidos y péptidos, les ayuda tanto a tolerar mejor el estrés hídrico, térmico y salino, como a su rápida recuperación de episodios adversos vinculados a sequías y heladas.
También están los bioestimulantes con efecto osmoprotector, algunos de ellos con alto contenido en potasio formulado con diversas moléculas orgánicas que mejoran su asimilación y proporcionan una mayor eficiencia. Si además contienen aminoácidos que aporten un efecto de activación metabólica, ayudan a mantener una mayor tasa fotosintética al tiempo que liberan energía que queda disponible para el cultivo.
En este mismo ámbito, los productos ricos en osmolitos orgánicos compatibles como glicina betaína, ácidos orgánicos, azúcares y aminoácidos, también actúan como osmoprotectores.
Como se puede apreciar, la fertilización del olivar va más allá de la mera aplicación de nutrientes: Es una inversión estratégica directamente relacionada con la viabilidad económica de la finca, en su sostenibilidad ambiental y en su capacidad de adaptación a estos desafíos continuos con los que se encuentra el agricultor.