Las micorrizas en la biofertilización agrícola es uno de los temas de mayor actualidad, tanto en el ámbito de la ciencia como el de la industria de insumos agrícolas.

En este sentido, en una agrícola global que vira hacia la sostenibilidad y la eficiencia, las respuestas a los grandes desafíos a menudo se encuentran bajo el terreno o el sustrato. Es en el complejo ecosistema del suelo, donde se establece una alianza biológica milenaria entre hongos y plantas que está captando la atención de la ciencia y la industria: la micorriza.

Lejos de ser un mero componente del suelo, esta simbiosis se está posicionando como una herramienta biotecnológica fundamental en la biofertilización, capaz de optimizar la nutrición de los cultivos y reducir la dependencia de otros insumos externos.

¿Qué son exactamente las micorrizas?

Desde un punto de vista técnico, el término «micorriza» (del griego mykes, hongo, y rhiza, raíz), describe la asociación simbiótica mutualista entre las hifas de ciertos hongos del suelo y las raíces de la mayoría de las plantas.

No se trata de una enfermedad ni de una colonización parasitaria, sino de una cooperación extraordinaria y vital para ambos. En esta relación, la planta proporciona al hongo compuestos carbonados, como azúcares, que sintetiza mediante la fotosíntesis.

A cambio, el hongo extiende una vasta red de filamentos microscópicos (hifas) mucho más allá del alcance de las raíces, explorando un volumen de suelo hasta cien veces mayor. Esta red fúngica actúa como un sistema radicular suplementario, permitiendo a la planta acceder a agua y nutrientes que de otro modo serían inalcanzables.

Las micorrizas arbusculares (HMA).

Hay que tener en cuenta que existen varios tipos de micorrizas, pero en la agricultura, las más relevantes son las endomicorrizas, y dentro de ellas, las micorrizas arbusculares (HMA).

Estas se caracterizan porque sus hifas penetran en las células de la corteza de la raíz, formando estructuras especializadas llamadas arbúsculos (sitio del intercambio de nutrientes) y, en ocasiones, vesículas de almacenamiento.

Destacar que, más del 80 % de las plantas terrestres, incluyendo la mayoría de los cultivos agrícolas de interés, establecen este tipo de simbiosis.

El marco normativo como impulso para la bioinnovación agrícola.

La consolidación de las micorrizas como insumo agrícola ha venido acompañada de un desarrollo legislativo clave a nivel europeo.

El Reglamento (UE) 2019/1009, que establece las normas sobre la comercialización de productos fertilizantes en la Unión Europea, ha sido un punto de inflexión. Este reglamento introduce la categoría de «bioestimulantes para plantas«, definidos como productos que estimulan los procesos de nutrición de las plantas, independientemente de su contenido en nutrientes.

Los microorganismos, como los hongos formadores de micorrizas, encajan perfectamente en esta definición. Por ello, la normativa armoniza los criterios de calidad, seguridad y eficacia, otorgando un sello de confianza y facilitando el acceso al mercado único a los fabricantes que cumplen con los exigentes requisitos.

Así, para el sector, esto supone una garantía: los productos a base de micorrizas que llegan al agricultor han pasado por rigurosos controles que avalan su viabilidad y funcionalidad.

Cultivos en terrenos con escasez de agua de riego

La industria y los productos comerciales sobre micorrizas.

Las empresas formuladoras de productos bioestimulantes agrícolas han invertido significativamente en la selección, producción y formulación de hongos micorrícicos.

El proceso comienza con el aislamiento de cepas eficientes, su multiplicación en condiciones controladas y su posterior formulación en un producto comercial estable y fácil de aplicar.

La calidad del inóculo es crítica y se mide por la concentración de propágulos viables (esporas, hifas y fragmentos de raíz colonizada) capaces de iniciar la simbiosis con el cultivo.

Respecto a los formatos comerciales, varían para adaptarse a los distintos sistemas de producción, presentándose en forma de polvo, granulado o suspensión líquida, lo que permite su aplicación en el semillero, en el trasplante, a través del riego por goteo o en el tratamiento de semillas.

Las principales especies de hongos micorrícicos.

Dentro del complejo universo fúngico, las especies de hongos con mayor valor comercial y eficacia probada en agricultura pertenecen principalmente al género Glomus (reclasificado en gran parte como Rhizophagus y Funneliformis).

La especie Rhizophagus irregularis (anteriormente Glomus intraradices) es, con diferencia, la más utilizada y estudiada por su alta compatibilidad con una amplia gama de cultivos y su eficacia en la mejora de la absorción de nutrientes.

Otras especies relevantes incluyen Funneliformis mosseae y Claroideoglomus etunicatum.

El mecanismo de acción de las micorrizas como biofertilizante.

El principal valor de las micorrizas como biofertilizante radica en su capacidad para movilizar y transportar nutrientes poco móviles en el suelo, especialmente el fósforo (P).

Por otra parte, las hifas del hongo producen enzimas, como las fosfatasas, que liberan el fósforo bloqueado en la materia orgánica o fijado a las partículas del suelo, haciéndolo disponible para la planta.

Pero su función no termina ahí. La red miceliar mejora la captación de otros nutrientes esenciales como el nitrógeno (N), potasio (K), zinc (Zn) y cobre (Cu), por ejemplo. Además, la extensa red de hifas mejora la absorción de agua, confiriendo a la planta una mayor tolerancia a la sequía.

La simbiosis también desencadena respuestas fisiológicas en la planta que fortalecen su sistema de defensa frente a patógenos del suelo y mejoran su resistencia a estreses abióticos como la salinidad. Finalmente, el hongo produce una glicoproteína llamada glomalina, que actúa como un «pegamento» biológico, agregando las partículas del suelo y mejorando su estructura y estabilidad.

Tendencias del mercado de los inoculantes micorrícicos.

El mercado de los inoculantes micorrícicos está experimentando un crecimiento robusto y sostenido a nivel global. Impulsado por la demanda de una agricultura sostenible, las políticas restrictivas sobre fertilizantes químicos (como las derivadas del Pacto Verde Europeo) y la búsqueda de una mayor eficiencia productiva, se proyecta una tasa de crecimiento anual compuesta significativa para la próxima década.

En España, un país con una agricultura altamente tecnificada y a la vez vulnerable a la sequía y la degradación del suelo, el interés es particularmente alto.

Sectores como la horticultura intensiva, la fruticultura y la viticultura ya están integrando estos bioinsumos de manera recurrente. Para el agricultor, la inversión en micorrizas se traduce en una optimización de la fertilización, un mejor estado fitosanitario del cultivo y, en muchos casos, un aumento del rendimiento y la calidad de la cosecha.

Para los técnicos, ingenieros y responsables de cooperativas, representa una herramienta agronómica de precisión que encaja en estrategias de gestión integrada.

En definitiva, las micorrizas no son una solución mágica, sino una tecnología biológica sofisticada y eficiente. Su correcta implementación, considerando factores como el tipo de suelo, el cultivo y las prácticas de manejo, es fundamental para el éxito.

Representan un claro ejemplo de cómo la ciencia, al observar y comprender la naturaleza, puede ofrecer soluciones innovadoras para construir una agricultura más productiva, rentable y respetuosa con el medioambiente.